Juan Selicki y Sara Goroso: pioneros, ayer y hoy



A través de nuestros archivos, vamos a conocer la historia de los pioneros de Villa Gesell, que llegaron antes de 1950. Los primeros que acompañaron al fundador Carlos Gesell en su epopeya. Pero con una variante: conoceremos también la historia de algunos de sus descendientes que siguen viviendo aquí. Continuidad de la vida, continuidad de la memoria. Seguidamente, la nota de archivo, realizada en el año 2002. 


Juan Selicki nació en General Madariaga, el 20 de febrero de 1924. Era hijo de un inmigrante polaco del mismo nombre y de una criolla, Juana Luna.

Don Juan Selicki (padre) había llegado a la Argentina desde su ciudad natal, Wilno, en 1909, a los 22 años de edad, con la esperanza de todo inmigrante: labrarse un porvenir de paz y progreso. Muy pronto encontró trabajo en General Madariaga, un pueblo que recién nacía y que necesitaba brazos jóvenes para desmontar las grandes forestaciones naturales de coronillo y tala de los “Montes grandes del Tuyú”. También colaboró con la construcción de la iglesia. Su esposa, Juana Luna, murió a los cuarenta y tres días de haber dado a luz a Héctor, el séptimo hijo del matrimonio. De modo que los siete hijos, cuatro niñas y tres varones, fueron criados por el papá, que nunca volvió a casarse.

Los tres hermanos Selicki, Gabriel, Juan y Héctor, llegaron a Villa Gesell en 1947, en busca de un horizonte de trabajo, y aquí  lo encontraron. Se dedicaron a la construcción, formaron sus familias y tuvieron hijos, nietos y bisnietos, muchos de los cuales siguen radicados en nuestra ciudad.

En 1951, Juan se casó con Sara María Goroso, de una familia numerosa oriunda de Maipú e instalada también en la Villa. Tuvieron cuatro hijos: Juan Alberto, Sara Cecilia, Hugo y María del Carmen.

Transcribimos a continuación la entrevista realizada a Juan en el año 2002, con motivo del documental Homenaje a los Pioneros de Villa Gesell realizado por Anibal Zaldivar y Fernando Spiner, de la que también participaron su esposa y su hermano Gabriel. Juan Selicki  falleció en Villa Gesell, el 13 de julio de 2012, a los 88 años de edad. Agradecemos a su hijo Hugo y a su sobrina Patricia (hija de Héctor) por el aporte de datos biográficos y fotografías para esta publicación. 


Juan, ¿cómo era el pueblo de Madariaga en la época de su niñez?

Y… lindo, porque estaba arrancando. Cuando nosotros nacimos no había asfalto, no había nada, yo nací en el 24 y el asfalto se habrá hecho en el 40 o treinta y pico.


¿Y cómo fue su niñez?

Uh, mi niñez fue muy linda, porque desde chico empecé a trabajar. Cuando tenía doce años trabajé de tipógrafo, ¿qué tal? Era en una imprenta donde se hacía el diario La Voz del Pueblo, de Madariaga, que lo dirigía Enrique Ruau… Después, de muchachos, fuimos a trabajar con nuestro papá, como albañiles. Yo tendría quince años… 


¿La decisión de venir a Villa Gesell fue de su papá?

No, no. La “arrancada” fue así: mis hermanos, yo y dos compañeros más vinimos acá con una cuadrilla, nos estacionamos acá. Ya habíamos estado trabajando en Miramar, para una empresa constructora, y mi papá trabajaba de albañil en Pinamar. Después, cuando terminó ese trabajo, él  también vino con nosotros a Villa Gesell. Así que al fin esa cuadrillita éramos nosotros cuatro, un cocinero y dos peones.


¿Cuándo llegaron ustedes?

En el 47, en la segunda quincena de abril. Mire si tengo memoria… Más o menos era así como hoy, una tardecita de otoño, era un clima lindo.


¿Vinieron con un contrato?

Sí, hicimos un contrato con don Santiago Guala. Él tenía una obra en 110 y Avenida 2.  Nos pasó la obra a nosotros y ahí arrancamos. Le terminamos el chalet y después continuamos con otros.


¿Quién era Santiago Guala?

Era un constructor que vino de Madariaga, ellos fueron los primeros constructores de allá. El padre de Santiago fue el primitivo dueño del cine Sarmiento de Madariaga. Mi padre también trabajó con los Guala.


¿Usted se acuerda de la primera imagen que tuvo de Villa Gesell, de lo primero que pensó?

Lo primero que pensamos con mi hermano Gabriel es que este era el lugar para ubicarnos nosotros, el definitivo… Sí, Madariaga era lindo, ¿vio?, pero ya otra gente había visto que si uno se ubicaba acá iba a ir para adelante, que esto iba a caminar. Claro, yo estaba medio desilusionado al principio, todo médano, pero como uno es medio aventurero… Era joven y me gustaba la aventura. A mí, a mi hermano y a mi viejo también. A papá más que a nosotros le gustó este lugar, él había estado mucho tiempo en Madariaga pero no se le presentaba la oportunidad de tener una propiedad, ¿vio? Fue medio miedoso papá, él hubiera comprado los terrenos más valiosos en Madariaga, pero hay gente que no se anima… Hasta que vino a conocer la primera casa que tuvimos nosotros acá, y se quedó.


¿Y dónde se alojaron en 1947, apenas llegados?

Dormíamos en la misma obra, en la 110 y 2. Como ya estaba hecho un garaje apolillábamos ahí adentro. Seguimos la obra y después el techista, que era (Marcelo) Granier, que  estaba haciendo trabajos para don Carlos Gesell, le dijo: “Ahí hay unos albañiles. ¿No precisa albañiles?” Y así fue como tomamos contacto con don Carlos, ahí vino la vinculación y le dimos para adelante.


¿Cómo fue aquella primera entrevista?

Bueno, nosotros fuimos y conversamos. Él nos dijo: “¿Ustedes quieren quedarse aquí a trabajar?” “Sí, si hay trabajo, qué le parece”. Si habíamos venido como todos, ¿vio?, buscando una cosa mejor. Y empezamos… El primer trabajo que le hicimos a don Carlos fue el de los galpones para guardar los colectivos. Tenía camiones y los carrozó en Buenos Aires. También le hicimos la primera usinita que tenía cerca de la casa de él, instalamos los motores, y después ya empezamos a tener contacto con otra gente, con otros clientes. (Los galpones y la usina forman parte de los edificios históricos del Pinar del Norte. N. de la R.)


¿Qué impresión le dio don Carlos Gesell?

Y… para nosotros fue una persona buena. Nos dio una impresión de que a él le gustaba que la gente trabajara. Él quería que se radicara la gente acá, para formar familia, costara lo que costara. Y después… tuvo una visión bárbara, fue el hombre que ayudó… Yo creo que les ha dado una mano a todos.


¿Era un buen patrón?

Puf… Era un banco. Cuando yo me casé, un día me encontró doña Emilia (Luther de Gesell) en una panadería, estuvimos conversando y me preguntó: “¿Tiene trabajo, don Selicki?” “Yo ahora estoy cuidando mi casita”, le dije, porque ya teníamos la casa en la 105 (entre 4 y 5). “Bueno, vaya a verlo a Carlos que tiene un trabajo”. Y fui a verlo, me presentó un planito y le hice los garajes… Todas las semanas, platita. 


Pagaba bien…  

¡Sí! Yo ponía las herramientas, él me daba el peón y me pagaba cincuenta pesos por día. Era plata, ¿eh? Para mí, en esos años, hacé de cuenta que había sacado la lotería (risas)… Don Carlos fue para nosotros, y lo recordamos siempre, como una persona muy derecha. Nos tuvo mucha confianza. Cuando arreglábamos las cuentas con él nunca tuvimos ninguna diferencia de pesos, nada… Y eso que él sumaba de arriba para abajo, en alemán, y salía con el número justo (se ríe). 


Para algunas personas era muy metido, ¿no?

Y claro, porque a él le parecía que usted no sabía. Capaz que usted estaba levantando paredes… como cuando hicimos la comisaría. Iba, le tanteaba el ladrillo… “Umm, este tiene cohesión”, decía. Porque hacía la fuerza con el cuerpo, para ver si se despegaba, pero estaba bien pegado, y al final decía: “Tiene cohesión, siga nomás”… Le habremos hecho cinco o seis trabajos y después ya nos independizamos. También hicimos los baños de los campamentos.


¿Cómo eran los campamentos que tenía don Carlos?

Eran casillitas prefabricadas para la gente de trabajo. Cocina de material donde se hacía la comida, se daba bien de comer. Los baños los hicimos bien prolijos, tenían buena agua. 


¿Y ustedes cuándo se instalaron en la casa propia?

Nosotros teníamos una casa prestada, también por don Carlos, un dúplex en la Avenida 4 entre 105 y 106, en la lomita. Era todo médano, y a la tarde salíamos a mirar alrededor. Un día le digo a mi hermano Gabriel: “Mirá este terreno”, era el número 2, en la manzana 96. Me gustaba porque tenía veinticuatro metros de frente por treinta de fondo, ¿vio? Entonces fuimos a hablarlo a don Carlos. “¿Ya lo tienen elegido?”, dijo. “Sí, en la misma manzana donde vivimos”. Bueno, nos cobraba mil quinientos pesos, entonces le dijimos que no podíamos pagarlo. Y él: “No se preocupe, yo se lo vendo”. Después me parece que medio no quería venderlo. Y doña Emilia le dijo: “No, Carlos, ya dijiste que sí, no podés volverte atrás”, porque la palabra era un sello. Y así fue, entregamos quinientos pesos en efectivo, y lo demás lo fuimos pagando con trabajo. Y ahí arrancamos, hicimos la casa donde vivimos todos nosotros, mi papá y los tres hermanos.


¿Cómo era el barrio, qué había alrededor?

Estaban edificando, estaban haciendo la casita otros muchachos, Baronio, Stramigioli, Granier, en pocos años se llenó esta manzanita de casas.


¿Cuántas obras hicieron ustedes en la Villa?

Uh, si me pongo a contar, como treinta o cuarenta, muchas. Y después, trabajos chicos en cantidad. 


¿Cómo se llevaba con sus colegas?

Andábamos bien, yo siempre estuve bien con todos, éramos pocos y había que andar de acuerdo. Estaban los Greco, ellos trabajaban por su cuenta, siempre charlábamos algo. Con José fuimos más amigos, porque le gustaba mucho la pesca y conversábamos… Bueno, cuando íbamos a pescar no conversábamos nada de construcción, porque cuando uno va al deporte el oficio se olvida. 


La pesca era un gran entretenimiento en el tiempo libre, ¿no?

Y, lo primero que lo atrae a uno cuando viene acá es ir al mar, la pesca, los médanos, andar caminando por los médanos… Los domingos, en esos años, todos salían a tirar un tiro al campo. Esas eran las atracciones de antes. Diversiones había pocas, en el sentido de que nosotros éramos muy pocos salidores, no éramos trasnochadores, estábamos mucho en la casa. Después ya se fue poblando y vinieron las confiterías, los bares, las heladerías, los clubes… Cuando se hizo el Club Defensores, el primer metro de pared se lo donamos nosotros.


¿Y las fiestas cómo eran?

Las fiestas eran lindas. Para los carnavales la gente se disfrazaba, eran unos carnavales sencillitos pero la gente se divertía, ¿vio?


¿Qué recuerdo tiene de los muchachos italianos?

Que fueron gente de trabajo. Actualmente con algunos cuando nos vemos nos saludamos, acá no tendría que haber ningún rencor.


¿Y de los alemanes?

De los alemanes estaba el señor Gussmann, que era el dueño del hotel Playa, buen tipo. Después el dueño del hotel Gaviota, Otto Helm, que era bastante divertido, le gustaba chichonear, siempre salía con algún cuento, o hacía alguna travesura. Era divertido… Le gustaba tocar la acordeona y tomaba cerveza, ahí, en el primer almacén de Silvio Leni (en el actual Pinar del Norte. N. de la R.). Leni empezó en el almacencito que tenía don Carlos cerca de la casa de él. Y don Carlos le había dicho: “Acá no quiero ningún borracho ni ninguno que fume”, pero la gente vuelta a vuelta veía alguno medio… ¿vio? “¿Y este de dónde salió?”, le preguntaban a Silvio, y él decía: “Yo no sé, yo no le vendí”… También me acuerdo de otra gente, como don Rodríguez, el primer carnicero; del primer panadero, don Bogani. Tenía un carrito y repartía el pan de casa en casa, antes lo llevaban así, la carne también.


Juan, acá está su esposa acompañándonos. Cuéntenos cómo la conoció.

Mire, la conocí porque nosotros trabajábamos cerca de donde estaba la mamá con toda la familia, y vio cómo son las cosas, estaba esta chica, esta gordita, y chistecito va, chistecito viene, parece que le llamé la atención.


¿La hizo reír?

No era de mucha risa, era medio desconfiadita (risas). Nos conocimos y ya después fueron a mi casa y la mamá nos arreglaba alguna ropa y nos cosía, porque nosotros éramos solos, los tres hermanos y el finado papá. Y ahí tomamos contacto y me hice de novio. Estuvimos un año y seis meses de novios.


¿Y cómo era estar de novio acá, si casi no había dónde ir?

Y bueno, salíamos los domingos a caminar, o a ver alguna cosita, alguna diversión. Íbamos a caminar por la playa, a la noche, a mirar las fosforescencias…


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TESTIMONIO DE DOS DE LOS HIJOS


Cómo siguió y sigue la vida


Conversamos sobre la continuidad de la familia Selicki con María del Carmen, nacida en 1964 y Hugo, nacido en 1959, los dos hijos menores de Sara y Juan. Sus hermanos mayores son Juan Alberto y Sara Cecilia. Una historia que se ramifica y enriquece de generación en generación…


Del remoto pasado recuerdan lo que ya contó Juan: su abuelo llegado de Polonia, en 1909, con un hermano que misteriosamente fue a parar a Estados Unidos. Y esto es parte del incierto destino de las familias de inmigrantes. Tampoco tienen certeza de cómo llegó el abuelo Juan a General Madariaga. Por deducción, suponen que un grupo de gente que venía a los pagos del Tuyú a desmontar talas y espinillos, le propuso venir y así se dieron las cosas. “No encontramos registro del barco que trajo al abuelo”, cuentan, “no quedó nada anotado… es muy raro. Lo que sabemos es que vino a esta zona, y trabajó en el desmonte de los campos y que también se daba maña como albañil, porque participó de la construcción de la Iglesia de Madariaga, que comenzó a ser levantada en 1908”. 

Quedan algunos recuerdos del abuelo Juan: que era muy cariñoso, a pesar de la vida dura que había tenido, y de su soledad para luchar los primeros años, hasta que conoció a su esposa, Jesús Luna. 

María lo conoció muy poco, porque era muy chica, lo recuerda tarareándole una canción mientras la sostenía sobre una pierna… Hugo recuerda el primer día de clase y una imagen: el abuelo sosteniéndolo en sus rodillas, mientras esperaba que lo llevaran a la escuela por primera vez. Murió a los 85 años…


Los Selicki

“Una vez me puse a rastrear en los buscadores, y apareció en Estados Unidos un apellido Selicki, que pensamos que era un descendiente, y mi hija Carolina que sabe inglés se comunicó, intercambiamos fotos, y por la forma en que ellos vivían, puede ser que tengamos parentesco, porque eran costumbres y formas de vida muy parecidas, incluso las fisonomías de los rostros son parecidos”, cuenta Hugo, pero no pudieron ir más allá. 

“Con nuestro apellido, aquí en Argentina somos los únicos… parientes tenemos en General Roca de Rio Negro… en Miramar puede haber alguno… y después nuestros primos de Madariaga, con una curiosidad: como mi abuelo no pronunciaba bien el español, el apellido de Gabriel quedó anotado como Sillisqui… lo escribieron siguiendo la pronunciación, suponemos, y ese es el apellido de mis primos, que viven en Madariaga”. 

Se radicaron definitivamente en Villa Gesell en 1971. Y aquí tanto María como Hugo tuvieron una experiencia de vida muy buena. María cuenta: “Mi infancia aquí fue muy linda, libre, de jugar entre los médanos… vivíamos en Avenida 13 entre 113 y 114… donde está el corralón había un médano muy alto, y desde allí se veía el mar… aunque estaba a trece cuadras… “. 

A Hugo, que tenía 12 años en el 71, le costó un poco la adaptación. “Villa Gesell para nosotros era más moderno, allá era como vivir en el campo, teníamos una quinta, aquí había más gente, era más cosmopolita, de a poco me fui adaptando, me quedaba siempre la tristeza cuando se terminaba la temporada: todo estaba agitado, había mucha gente, y de golpe estaba todo solitario de nuevo… me producía una tristeza, que de a poco se iba pasando”. Fue a la escuela 31 y allí terminó la primaria. María del Carmen hizo en la 31 segundo grado, luego pasó al Vives y allí terminó el secundario. 


Familia materna

En cuando a la familia Goroso, el abuelo vino a trabajar a las cuadrillas, a forestar, con los primeros peones que contrató don Carlos… llegó con su esposa e hijos en un carro, por la playa… El abuelo se llamaba Salvador Goroso, casado con Elena Baratcharte, y tuvieron diez hijos… 

“Poco tiempo después mi abuelo Salvador se insoló y falleció, mi abuela quedó viuda, con los hijos chicos, y don Carlos le encargó la comida de los campamentos… esa fue la gran mano que le dio don Carlos para que pudiera salir adelante. En ese campamento, llamado así pero era un lugar donde los peones comían, se conocieron Juan, nuestro padre, y Sara, nuestra madre, y también Gabriel, el hermano mayor de Juan y su esposa Blanca, hermana de Sara… Dos Selicki se casaron con dos Goroso… Sara trabajaba en el hotel Gaviota y los fines de semana iba al campamento. Ahí surgió el amor…”

Cuenta Hugo: “acá yo hice muchos trabajos: fui canillita, vendía el diario El Pueblo de Madariaga, donde mi papá había trabajado y era amigo del dueño, así que me mandaban a la terminal (lo de Celsa) unos 20 ejemplares, y los vendía en el barrio, como había mucha gente de Madariaga viviendo aquí me lo compraban… Además de canillita, trabajé de repartidor de soda de la Sodería Fazzi; repositor del supermercado Barrio Norte, de los Grunau (hoy Valle); verdulero; playero en la YPF, con el alemán Klemens; en Amalfi, con el flaco Coronas, hasta que a los 22 años entré en COTEL y me estabilicé”. 

María del Carmen: “Yo trabajaba durante la temporada: en Amalfi, en el supermercado los Médanos con Umberto y Hugo Mazza, hasta que se lo vendieron a Disco; como dibujante con Rodolfo Sassi... Luego me casé con Abelardo Pérez, con quien me separé al año, y puse un Polirrubro en mi casa… hasta que nació mi hijo Nicolás y me fui a trabajar en hotelería y ahora, después de 30 años, me estoy por jubilar”. María lleva adelante con su hijo un emprendimiento, que comenzó durante la pandemia, de macetas artesanales de cemento, con plantas que ella misma cultiva. 

Hugo está casado con Clelia Virginia Acevedo, más conocida como “la seño Vicki”, y tuvieron dos hijas; Mariela y Carolina, que viven en Buenos Aires pero extrañan mucho el mar. 


Zorros no, liebres sí

En el campo de las anécdotas, cuenta Hugo que contaba su papá: “Una vez don Carlos Gesell recorría la villa con su jeep, y vio un cuero de zorro que colgaba en el patio de la casa donde vivían mis padres, frente a la comisaría. Don Carlos frenó y preguntó ‘¿quién me mato ese zorro?’ ‘Nosotros, don Carlos, porque se venía a comer las gallinas, le pusimos una trampa y lo atrapamos’. ‘Ah, no, no, no lo hagan más, si quieren agarren liebres, que me comen las plantas, pero a los zorros no me los toquen, porque se comen a las liebres”

Otra anécdota tiene relación con los italianos, que empezaban a aprender los dichos de los paisanos… “Cuando cazaban perdices, los tanos habían aprendido que tenían que esperar a que vuele, porque cuando la perdiz remonta vuelo y hace el ruidito característico, en un momento se estabiliza en el aire y ese es el momento de dispararle. Una vez fueron con un tano y apareció una liebre, y el tano no le disparaba creyendo que era una perdiz y decía: aspetta che vola, aspectta che vola…”

La vida continúa, y también la memoria. 


Obituarios

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    Pablo Pedro María Goio (81)

  • 05 de Septiembre de 2024 // gentileza Funeraria Ralf

    Juan Carlos Basso (73)

  • 02 de Septiembre de 2024 // gentileza Cementerio Municipal

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  • 01 de Septiembre de 2024 // gentileza Cementerio Municipal

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  • 30 de Agosto de 2024 // gentileza Cementerio Municipal

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